sábado, 14 de noviembre de 2015

5. La condenación de la espesura (Primera parte)

Nota: Quinto capítulo del relato, para ir al primero pulse aquí:  Capítulo 1

En menos de 48 horas el pueblo había recuperado gran parte de su normalidad. La estatua de la plaza seguía fragmentada, pero la suciedad de su alrededor había sido eliminada por completo. Las calles lucían un aspecto, limpio y ordenado. Los árboles arrancados a la altura del bosque, habían sido retirados del lugar, y por supuesto, los rastros de sangre habían desaparecido por completo. Dunwich parecía recobrada del duro golpe que había recibido días atrás.


Yo sin embargo, era incapaz de eliminar lo vivido de mi mente. No podía dejar de darle vueltas a lo sucedido, era como un carrusel de ideas que no paraba de girar en mi cabeza. Sabía que algo, o alguien acechaba el pueblo constantemente. Sus horrores habían afectado a cada uno de los lugareños que residían en este hospedaje del horror. Ningún ser estaba a a salvo de lo sucedido. Todos estábamos condenados a sufrir bajo su yugo, unas vidas vacías llenas de desesperación.

A pesar de todo, nadie parecía dispuesto a hacerle frente al acosador, o a emprender una investigación acerca del tema. Nadie era capaz si quiera, de decirme el porqué de los hechos acontecidos. El miedo los tenía aterrorizados. No se atrevían a mencionar una sola palabra del asunto por temor a experimentar el horror en sus propias carnes como castigo.

Fue una tarea titánica preguntarles por el tema. Recorrí todas las casas en busca de información sobre la catástrofe. Quería saber al menos, quienes eran las dos víctimas que habían desaparecido durante la noche maldita sucedida hacía dos días atrás, pero no obtuve suerte. Ni si quiera la policía parecía muy dispuesta a colaborar. En cuanto vieron mis intenciones, me despacharon con un ademán de autoridad muy poco responsable.

Creí haber perdido toda esperanza. Seguí deambulando perdido entre la neblina de las calles, cuando di con una casa al pie de una colina colindante al sur del pueblo. En ella, una chica de corta edad con aspecto un tanto desaliñado, se negó a detallarme su vivencia de aquella noche, pero me explicó como obtener la verdad sobre lo sucedido de manera inmediata.


El bosque era la clave de todo. Al parecer nadie se atrevía a cruzar sus lindes los días venideros tras una tragedia para no encontrarse con algo desagradable. Así que, aunque los rastros de sangre hubiesen desaparecido en la ciudad, podían seguir presentes en la espesura profunda de sus arboles. Era una idea brillante. No podía contener la curiosidad, así que, tras agradecerle fervientemente sus consejos me encaminé hacia los arboles de la espesura donde me esperaba la tragedia más primitiva jamás vivida hasta el momento.

Recordaba, con estimación, cual era el recorrido de los rastros de sangre encontrados el día posterior a la catástrofe. Salían desde mi hogar hacia el centro de la calle, desapareciendo en las lindes de la entrada hacia las profundidades del bosque. El rastro había sido borrado por los lugareños, pero aun quedaban pinceladas carmesíes que se resistían a abandonar el terreno, así que con gran paciencia las seguí para ver a donde me conducían las tenebrosas marcas de la muerte.

Recorrí el pueblo sin dificultad hasta la arboleda principal, donde el sol aun alumbraba con su luz la tierra aun removida por la acción, y la caza, pero en cuanto me adentré en sus fauces todo cambió.

Visto ahora, a tiempo pasado, me hecho la culpa de haber entrado al atardecer. No supuse que la exploración me llevaría tanto tiempo para acabar perdido entre las fauces de la oscuridad. Recuerdo que al principio, no tenía problemas de orientación a pesar de la escasa luz que se filtraba por los espesos abetos. La sangre en esta parte, era más nítida, estaba todo tal cual había sucedido, sin tratar de ninguna manera, por lo que para volver a la entrada  solo debía seguir el rastro de destrucción de regreso, cuando quisiese abandonar el lugar.


Me sentía confiado a pesar de la sangre y el desastre que había a mi alrededor. Ramas, rastros de tierra y tela cubrían el suelo. Sentía un sentimiento de observación mientras pasaba. Su oscuridad despertaba de su letargo tras la presencia del nuevo visitante. El bosque estaba más vivo que nunca, y esperaba paciente a que su víctima cayese en sus fauces, presa de la curiosidad.

Crucé lo que vinieron siendo unos dos kilómetros cuando algo enganchado en una rama atrajo mi atención. Era una tela de un color azul pálido, echa jirones, como si el árbol se hubiese interpuesto en su camino y la hubiese arrancado de cuajo.

Había algo que llamaba la atención de esa prenda, un destello, un minúsculo brillo tintineaba con los escasos reflejos de luz que quedaban en el ambiente. Me acerqué con sigilo, suavemente, como si no quisiese enturbiar el ambiente con mi propia presencia. Cada vez estaba más cerca. Distinguía mejor la prenda. Tenía restos de sangre, y una pequeña cadena de oro colgando de un extremo. Sin duda alguna, pertenecía a una mujer. Seguramente la misma mujer que gritaba frente a la puerta de mi casa, la noche en que la raptaron.

Con sumo cuidado desprendí la cadena de la tela. Era una especie de medallón con un extraño símbolo grabado en él, y unos extraños símbolos ilustrados en su reverso. Quería examinarlo más de cerca así que puse mi empeño en obtenerlo con delicadeza para no deteriorarlo, pero justo en el momento en que la sustraje de su atoramiento, escuche un crujido a mis espaldas. No estaba solo.

Continuará...

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