viernes, 8 de julio de 2016

22. Confinado en el infierno (Primera parte).

Nota: Veintidosavo capítulo del relato, para ir al primer capítulo pulse aquí:  Capítulo 1

Al terminar nuestra conversación el señor Larson hizo acopio de su liderazgo llamando a sus secuaces situados en la habitación contigua, para efectuar mi traslado inmediato. – “Muy bien, muchachos. Ya he terminado con Tomek. Desatadle, y llevadle a la habitación del ala oeste. Quiero que haya alguien siempre disponible por los alrededores para que no le falte de nada. Yo mismo informaré a Hyter de que inicie el protocolo. En cuanto él regrese al laboratorio ya os explicará el procedimiento a seguir, ¿de acuerdo?”- Tras sus palabras todos asintieron al unísono, y procedieron a liberarme de las ataduras en silencio, bajo su atenta mirada. Sin cuestionar ni un solo punto de su petición. Yo por mi parte, esperé pacientemente a que terminasen para poder levantarme de esa silla en la que parecía que llevaba una eternidad, y mirar como el alcalde aprovechaba la situación para venir hacia mi persona con la mano extendida como símbolo de fraternidad. – “Ha sido un placer llegar a un trato contigo, Tomek. En cuanto vea a mi hijo le informaré de todo para que no se preocupe por ti. Espero que lo comprenda y, ahora que estás tú también metido en ello, colabore un poco más por el bien de todos”-.

En el momento en que me nombró a Cameron comencé a pensar en la idea que tendría el muchacho sobre todo este asunto. Con todo este lío ni me lo había planteado, pero a decir verdad era lógico que pudiese negarse a la oferta de su padre, teniendo en cuenta que le trataba de demente. Tan solo quedaba esperar que fuese lo suficientemente astuto como para darse cuenta de que yo no me daría por vencido tan a la ligera, y supiera actuar de una forma algo precavida al menos, para poder lograr salir de esta los dos juntos. Todo quedaba ahora en sus manos, por lo que sin nada que pudiese hacer más que darle un voto de confianza a mi joven amigo. Seguí con mi estrategia planeada, y estreché la mano cordialmente, al hombre que me la ofrecía en estos momentos, diciendo. – “Yo también lo espero señor Larson.”. Como acto definitivo de mi implicación en este arduo plan de huida.


En cuanto me dieron todas las comodidades para vivir, los esbirros de Larson desaparecieron dejándome unos días en aislamiento por órdenes de Hyter, para poder limpiar cualquier toxina que hubiese ingerido en los anteriores días, y así estar más clínicamente limpio para realizarme los experimentos pertinentes. Estaba totalmente desconectado de la realidad, encerrado conmigo mismo en esa amplia estancia. Tan solo disfrutaba de un breve contacto humano en el intervalo de las comidas, donde depositaban mi alimento en la mesa correspondiente, y se iban sin decir una palabra. Por lo que si deseaba compañía, debía hablar conmigo mismo para hacer más ameno el pasar de las horas.

Si soy sincero, en un principio la soledad me abrumaba un poco. Acostumbrado a convivir con tanta gente durante estos meses, me pareció un cambio de lo más radical al que tardaría en acostumbrarme. Pero una vez hecho a la única presencia de mi misma compañía, el agobio pareció relajarse en la estancia donde me habían instalado.


Al poco tiempo de mi conformismo, me aventuré a elaborar un plan conductual a través de la información que procesaba en mi mente, para conseguir huir de este lugar con el chico sin que nos fuese la vida en ello. Esta ardua tarea se había convertido en mi obsesión por así decirlo, absorbiendo casi todo el estado vigílico del que disponía. Como buen escritor necesitaba apuntar todo aquello que se pasaba por mi mente para lograr recolectarlo posteriormente con las demás ideas inconexas expuestas con anterioridad, pero como no podía arriesgarme a que me descubrieran gracias a mis notas. Me aseguré de repetir paso por paso en mi cabeza todas aquellas ideas, disparatadas o no, que se cruzaban en mi camino para tenerlo todo presente una vez que pudiese abandonar este cubículo en pos de la libertad. Por eso, cuando al quinto día de encierro, Hyter apareció por la puerta con su habitual calma forzada, se extrañó de sobremanera porque yo estuviese más encerrado en mi propio mundo, que desesperado por salir de ese lugar. – “Buenos días, señor Sikorski. Parece ser que nuestros caminos vuelven a entrelazarse. Qué maravilla. Dígame, ¿cómo se encuentra después de que le hayamos mantenido en cautiverio durante tanto tiempo?”-. Hyter hablaba más para sí que por interés real en mí estado de ánimo. Con su carpeta en la mano, y ojeando algunos de sus apuntes, se acercó hasta mi posición sin parecer si quiera atento a mi respuesta pertinente. – “Estoy bien, gracias por preocuparse. ¿Empezaremos por fin hoy con el tratamiento estipulado? Según mis cálculos ya llevo casi una semana en esta habitación, y ni si quiera me han dicho que van a hacerme. Ya creía que habían cambiado de parecer en este tiempo colmado de vacío.”- Mi pregunta sonó con un atisbo de resentimiento para mis adentros pero no me importó. Ese ser había sido el causante de casi todas las desgracias de mi vida, y no podía tratarle mejor de lo que le estaba tratando en estos momentos. Si le daba un trato cordial era simplemente por ver si podía sonsacarle algo del mundo exterior. Pero tal revelación no sucedió para mi desgracia, pues como quien escucha despreocupadamente el sonido de la lluvia, Hyter me contestó vagamente a mis palabras sin dejar de despegar los ojos del papel. – “Si, señor Sikoski. Ha acertado. Hoy comenzamos con el tratamiento. ¿Está nervioso por el acontecimiento, o simplemente tengo que pedir que le dejen de dar café en el desayuno para eliminar ese nerviosismo que le ha entrado?”- Por fin me miraba, y lo hacía de un modo en el que me indicaba que sospechaba de mi comportamiento. Había procurado ser lo más plano posible, pero el deseo de comenzar con mi plan debía haber alertado los sentidos de Hyter que esperaba pacientemente una explicación a mi estado de ánimo. Sabía que ese ser, aparte de ser un bruto, era una de las personas más inteligentes que albergaba Dunwich, así que si quería ser convincente debía normalizar la situación para que dejase las sospechas a un lado, escudándome en lo que mayormente podía excusar, para salir del paso en esta incertidumbre alcanzada. – “Se equivoca. No estoy nervioso por ningún motivo en concreto, simplemente llevo demasiados días encerrado y el humor se me altera. Como médico debería haberse dado cuenta de que algo del estilo podría haberme pasado”-. Me quedé expectante a su respuesta, pero esta nunca llegaría. Al menos de la forma concreta que yo esperaba. Pues con un simple – “Me doy cuenta de muchas cosas, señor Sikorski. Más de las que usted se cree”- me despachó, y me pidió que le acompañase a la sala donde el pobre campesino había sido torturado por estas duras almas que servían los designios del diablo.

Acepté su decisión, y me encaminé hacia el lugar esperado, sin atadura alguna por los estrechos pasillos, siguiendo la guía de Hyter que iba en cabeza dándome la espalda, totalmente despreocupado de que pudiese atacarle en esos momentos. Pensé sinceramente en golpearle aprovechando la ocasión, para eliminar de su mente esa fanfarronería que le caracterizaba al creer que simplemente, no representaba peligro alguno para su bienestar físico. Pero sabía que si lo realizaba, todo mi trabajo habría sido en vano. Si quería seguir con mi plan, debía resignarme y seguirle en su camino hasta que una oportunidad más propicia se me presentase, para no perder de vista el objetivo principal por el cual estaba encerrado por mi propia voluntad. Así que sin más, continuamos por la recta línea que dibujaban las paredes hasta girar a la izquierda al final de las mismas, donde, al llegar a la entrada de la habitación, Hyter retrocedió, y me cedió el paso para cerrar con llave tras mis espaldas, mientras yo me quedaba estupefacto al visualizar en primera instancia, semejante lugar. Jamás me hubiera imaginado que me llevaría a un sitio como este para realizar los estudios necesarios que conllevaban a la curación de Cameron. Todo estaba sucio, lleno de sangre, con ganchos y demás instrumentos de tortura dispuestos por la sala. El tal Charles ya no estaba, pero las cuerdas que habían utilizado para atarle y traerle hasta aquí en nuestro encuentro fortuito en el bosque, aún reposaban en la mesa de la habitación. Las reconocí de inmediato porque fueron las mismas que emplearon para atarme a mí a la silla. Aunque las mías estaban limpias, y no llenas de sangre como se encontraban estas en casi su totalidad. Al verlas temí lo peor por aquel pobre hombre, y por mi propia seguridad. Mientras estaba encerrado no volví a oírlo en ningún momento, por lo que pensé que lo habían dejado en libertad después de todo el calvario que le hicieron pasar, pero después de ver el resultado de esta sala, dudaba de que cualquier hombre pudiese salir con vida después de haber perdido tanta sangre.


Al quedarme sin habla por la impresión que me había producido la escena, Hyter me pidió que reposase en una silla dispuesta en medio de la sala donde podía contemplar todo el horror que mostraba la habitación. No entendía por qué me sentaba en ese estrecho inmueble si no era para fines nada sanitarios así que, temiendo el mismo destino que aquel desconsolado hombre, me aventuré a preguntarle por mi papel en todo este designio. - ¿De verdad esta es la sala donde me van a realizar los análisis? Sinceramente no me parece la más adecuada para proceder a un examen exhaustivo, doctor Hyter.”-. Observé mí alrededor mientras exponía los hechos para tener una perspectiva más determinante de lo que realmente era ese lugar. – “Al decirme que me harían unos análisis me imaginaba que se realizarían en una sala habilitada para ello, no en lo que parece una sala de tortura”- Mis palabras expusieron completamente mis pensamientos sobre esa extraña habitación. Sus inmuebles, y sus numerosos objetos peligrosos no dejaban lugar a dudas sobre los ritos que se producían en ese lugar. Hyter por su parte, se dedicó a apremiarme para que tomase asiento, y una vez cumplido su objetivo, recogió una carpeta que tenía encima de una pila de documentos colocados en una mesa a la vista de todo el mundo, y me hizo una declaración para nada alentadora del panorama que se nos presentaba. – “¿Así que se esperaba algo diferente a lo que está teniendo, señor Sikorski? ¿La estancia no es lo suficientemente agradable para su comodidad? Por favor, no me haga reír. Agradezca que le mantengamos con una vida saludable el tiempo suficiente que dure esta farsa, hasta que le llegue el merecido regalo de la muerte. Muy bien, empecemos”-. En ese momento Hyter comenzó a sacar láminas de papel dibujadas de la carpeta mientras yo aún seguía procesando sus declaraciones. – “Espere un momento, ¿qué quiere decir con eso de una farsa? El señor Larson me prometió que si ayudaba a su hijo podría irme de aquí, así que aunque no le guste esta situación, va a tener que soportarlo, del mismo modo que yo intento soportar el tenerle delante después de todo lo que ha hecho, mal nacido”-. Hyter frenó en seco su actividad, y me miró tras esos óculos que parecían hacerle más frío todavía. Sin mediar palabra, recogió una silla y se sentó en ella para establecerse en mi campo de visión, y continuó con la explicación. – “¿De verdad cree que es usted que después de todo esto va a salir de aquí por su propio pie, y con un almuerzo para el camino? Le creía más perspicaz, señor Sikorski. Esto es solo una treta para explicarle a Larson que su hijo no tiene curación. Como médico del sanatorio, se lo he dicho ya por activa y por pasiva, pero parece que ser que el alcalde no quiere atender a razones. Está obcecado pensando que podremos sacar algo de su perturbada cabecita, para poder curar al lastre de su hijo, que solo hace más que molestarnos en nuestra causa. Por eso sigue usted con vida señor Sikorski. No han sido ni sus amigos, ni usted mismo como bien ha expuesto en más de una ocasión. Ha sido porque para una persona importante usted es falsamente valioso, y esa misma importancia no nos deja hacer el trabajo a los demás que si estamos realmente cualificados para dictaminar el juicio de la demencia. ¿O se creía usted que le mantenía con vida por vicio? Está claro que en este asunto, por más que tenga el conocimiento y la razón necesarios para hacer un diagnóstico, estoy atado de pies y manos ante una autoridad mayor, que por desgracia para mí, es más inepto y pasional que yo. Por desgracia no me queda más remedio que acatar sus órdenes por mucho que me desagrade la idea, ya que es mi superior, pero créame, que aunque me observe realizarle todas las pruebas pertinentes que he dictaminado para su examen médico, jamás permitiré que abandone este lugar. Me aseguraré personalmente de que tenga una larga vida agónica, pudriéndose en este lugar”-.
Continuará…

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