jueves, 17 de diciembre de 2015

7. Sanatorio de Dunwich (Segunda parte).

Nota: Segunda parte del séptimo capítulo del relato, para ir al primer capítulo pulse aquí:  Capítulo 1
Para ir a la primera parte del séptimo capítulo pulse aquí: Primera parte

No podía creer lo que estaba escuchando. Miré al doctor con cara de desconcierto, mientras él proseguía la explicación de mi supuesta paranoia -“Padece usted, un trastorno psicótico que le impide distinguir lo que es real de lo que no. Se imagina cosas y cree que las vive con todo lujo de detalles, pero no es así señor Sikorski. Lo que usted cree que existe, en verdad son fantasías producidas por su acrecentada imaginación. Se lo he intentado explicar millones de veces, pero su cerebro se niega a procesar la cruda realidad.- Sus frías palabras estaban llenas de una soberbia mandataria muy poco típica de su profesión. Podía sentir lo insignificante que era para aquel hombre todo mi sufrimiento. Todos mis temores y desdichas, eran para él un papel mojado sobre el que depositar toda munición clínica, para acabar hundiéndolo en el insondable océano de la locura.


Sus palabras hicieron brotar en mí un desconsuelo acrecentante. Intenté sin éxito, rebatirle sus comentarios desde mi limitada posición, pero él frenó mis esfuerzos con un ademán autoritario. Esta conversación se estaba volviendo de lo más kafkiana, ni si quiera estaba dispuesto a escuchar mi opinión sobre el asunto.

Desesperado alcé la voz exponiendo mi derecho a réplica, pero con el mismo tono airoso, volvió a dejar en evidencia mi cordura con sus palabras. - “Señor Sikorski, tranquilícese. Sé que está confundido, pero no le estoy mintiendo. Todos los análisis realizados durante este mes de hospitalización avalan mi versión de los hechos. Por favor, deje de intentar rebatirme. No soy una de sus amenazas paranoicas. Soy solo un médico que trata a un paciente que está mentalmente desequilibrado”-.

En el momento en que expuso el término “mentalmente desequilibrado” desistí de mis esfuerzos por defender mi versión de los hechos, y comencé a sospechar. Sabía muy bien por lo que había pasado. Los duros momentos que viví antes del amanecer. Nadie podía convencerme de lo contrario. Además, tenía secuelas físicas que lo probaban en ese mismo instante. Así que, por más que ese hombre se inventase un diagnostico falso, sabe dios a que fin, no iba a darme  por vencido tan fácilmente. - “¿y qué me dice de mis heridas?”- expuse sin cierta premura para no dar signos de desesperación- “Si lo que dice es cierto ¿Cómo iba a autolesionarme de esta manera?”- Acompañé mis palabras con un gesto de cabeza apuntando hacia mi cuerpo mal herido y me quedé mirando su inexpresiva cara a la espera de su respuesta. Esperaba que al menos en este punto me diese la razón dada la consistencia de mis argumentos, pero no lo hizo, simplemente se limitó a contestarme lacónicamente, sin abandonar su postura principal. -Señor Sikoski, esas lesiones son el resultado de su intento de fuga. Créame, usted hace verdaderas locuras a la hora de intentar salir de este lugar. Los sanitarios están acostumbrados a encontrarle en esa clase de estados.”- dicho esto realizó una pausa para ajustarse las gafas y sopesar sus palabras. Era extraño verle comportarse de esa manera tan metódica cuando tenía un cuerpo claramente, preparado para el ataque. No descarté la idea de que sus movimientos espontáneos fuesen una simple interpretación.


- “Lo siento pero no creo una palabra de lo que me está diciendo”- comenté con el tono más sereno que pude emplear en esos momentos de desdicha. - “Simplemente, me parece imposible que algo así pueda estar sucediéndome. Se quién soy, y se lo que me ha ocurrido, así que le ruego que haga el favor de decirme la verdad, en vez de estar soltándome esta sarta de mentiras”- Esperé a que volviese con su retahíla médica de siempre pero esta vez su contestación fue diferente. Pude observar como sus gestos nerviosos delataban que algo no iba como él tenía previsto. Su mirada se apartó de mi cara y viajó hasta la mesita donde precipitó la carpeta que sostenía con cierta violencia, dejando a la vista un extraño tatuaje que le sobresalía de la manga de su bata. Fue un instante pero gracias a su resignación pude vislumbrar la tinta que adornaba su piel con un extraño símbolo que me resultaba familiar.

Se le veía claramente resignado, se tomó unos instantes antes de volver a su posición inicial y retomar la conversación. Yo esperé pacientemente en mi posición mientras observaba como un pensamiento le rondaba la cabeza mientras intentaba recomponerse. Finalmente me miró de nuevo, y dijo algo que me desarmó por completo. -”Muy bien señor Sikorski, le seguiré el juego a ver si así entra en razón. Si es cierto que usted ha pasado la noche entre las lindes del bosque, dígame una cosa. ¿Dónde está el camafeo que dice haber encontrado en una rama de un árbol?”- Se quedó quieto, demasiado quieto esperando mi respuesta. Saboreando el triunfo que se le anticipaba. Era cierto, había encontrado un camafeo en los umbrales del bosque. Yo mismo había hablado de ello mientras relataba el horror en el que había vivido en esa noche maldita. Entonces, ¿dónde estaba? Podía haberse caído en algún momento cuando me dejé caer al vacío, o podría haberlo perdido en la cabaña de Henry. Fuera como fuese, no lo tenía conmigo en ese momento, de eso estaba seguro. Atónito, miré al doctor sin saber muy bien que decirle. Esa pregunta no tenía una solución posible para mi beneficio. Ambos lo sabíamos. Así que, dado por satisfecho al ver mi desasosiego, el doctor Hyter se levantó de su asiento y se dispuso a desatarme al fin. - “Nosotros no somos los malos señor Sikorski, simplemente cuidamos de los que no pueden ver la luz. Piense en ello.”- terminó de desatarme, y con un ademán airoso se dispuso a salir de la habitación, no sin antes despedirme y recordarme que no olvidase tomarme el tratamiento que la enfermera había depositado en mí mesita con anterioridad. Sobra decir que por supuesto, no lo hice.
Continuará...
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